La Vocación Profética de Bartolomé de las Casas:
Otro Mundo es Posible[1]
fr. Brian J. Pierce, OP
Universidad Católica de Bolivia
Cochabamba, 16 de febrero del 2005
En el primer relato de la creación en el libro del Génesis (1,1-2,4) aparece repetidamente un refrán – una especie de mantra – que va marcando todo el relato con un toque rítmico: “Y vio Dios que todo era bueno.” Es una frase teológicamente extraordinaria, porque no sólo nos hace recordar que toda la creación en sí es buena, sino también porque nos muestra a un Dios que ve la obra de su creatividad con ojos abiertos, ojos de amor.
El segundo libro de nuestra Biblia, el libro del Éxodo, toma la imagen del libro del Génesis y añade a ella una imagen complementaria: nuestro Dios no sólo ve, sino que escucha también. “Dijo Yavé, ‘He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando los maltratan sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos’” (Ex 3,7). Nuestro Dios, el Dios de la Vida, no es un Dios lejano, un Dios indiferente. Es un Dios cercano que nos mira, nos escucha, nos contempla con el amor y la ternura de un padre o de una madre. Así expresa el salmista en el bello Salmo 139:
Señor, tú me examinas y me conoces,
sabes cuándo me siento y cuándo me levanto;
tú conoces de lejos lo que pienso…
Admirables son tus obras, y mi alma bien lo sabe.
Mis huesos no escapaban a tu vista
cuando yo era formado en el secreto,
o cuando era bordado en las profundidades de la tierra.
Tus ojos ya veían mis acciones
y ya estaban escritas en tu libro (139, 1-2.14-16).
Este es el Dios que forma al ser humano a su imagen y semejanza, el Dios cercano que moldea el barro de la tierra con sus manos, creando así el rostro de su criatura, rostro de su Rostro, arcilla sencilla impregnada del aliento divino. Este es el Dios de Jesús, el Dios que él llama Abba, y éste es el Dios que Bartolomé de las Casas gastó su vida entera dando a conocer.
Cuando Bartolomé de las Casas tenía apenas ocho o nueve años tuvo una experiencia que le cambió la vida. Junto con su padre, Pedro de las Casas, un comerciante de buena posición económica, Bartolomé se encontraba en las calles de Sevilla para las procesiones de Semana Santa. El año era 1493. Padre e hijo dejaron por un rato las grandes celebraciones y se fueron al Arco de San Nicolás, porque en esos días el pueblo sevillano era testigo de un espectáculo asombroso: el Almirante Cristóbal Colón acababa de regresar de un viaje al otro lado del mar, supuestamente en búsqueda de una ruta marítima occidental hacia “las Indias.”
Muchos años después, escribiendo sobre esa inolvidable Semana Santa del 1493, Las Casas escribió, “Yo los vi (Colón y los “indios” que éste había traído desde las tierras lejanas) donde estaban viviendo cerca del Arco de San Nicolás, llamado el Arco de las Imágenes.”[2] Podemos imaginarnos la escena: el pequeño Bartolomé, corriendo detrás de su padre, metiéndose por la muchedumbre para poder ver más de cerca el espléndido séquito que estaba congregado alrededor de Colón, quien en tan poco tiempo, se había convertido en una especie de héroe nacional.
De pie detrás de Colon, se encontraban unos hombres de apariencia magnífica, de piel oscuro-rojiza, traídos de las islas que quedaban mar adentro. Los ojos del pequeño Bartolomé jamás habían visto semejante cosa. Su padre, señalando con el dedo, le susurró al oído de su hijo, “Son indios.” Muchos años después, entre sus voluminosos escritos sobre el tema de la conquista y destrucción de las Indias, Las Casas recordó aquel día inolvidable. Cuenta que, además de los indios, vio también “hermosas loras color verde, guaycas o máscaras hechas de piedras preciosas y huesos de pescado… muestras de oro fino en diversos tamaños, y muchas otras cosas jamás vistas en España.”[3] El niño Bartolomé contempló la escena con gran curiosidad, dejando que se grabara en su corazón toda la escena. Ese día empezó a nacer algo nuevo, aún no muy claro – algo que, en el pasar de los años, se revelaría como una vocación inspirada por el mismo Dios que vio el sufrimiento y escuchó los gritos del pueblo de Israel en Egipto.
Hablando de ese día trascendental en Sevilla del año 1493, Helen Rand Parish, una de las más reconocidas especialistas lascasianas, hace notar un detalle aparentemente insignificante. “Las Casas no vio a los indios por primera vez desde arriba, con una mirada altiva, despectiva, sino que desde abajo, con los ojos de un niño, ojos llenos de asombro y admiración.”[4] Fue un amor a primera vista – un amor curioso de niño, por cierto – pero un amor cuyas raíces encontraron su sustento en el corazón de Dios mismo. Ese día Dios consagró a su hijo Bartolomé para una misión profética: “Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno de tu madre te consagré y te nombré profeta de las naciones” (Jer 1,5).
La semilla que fue sembrada ese caluroso día de 1493, en plena primavera sevillana, creció, produciendo el fruto de una vida de entrega apasionada y profética, una vida vivida y gastada por los pobres de Yavé. Hoy sigue creciendo ese árbol en estas tierras amerindias, y nosotros, los herederos de esa siembra pascual, tenemos la dicha de formar parte del pueblo que sigue caminando hacia una Tierra Nueva y un Cielo Nuevo.
Aprendiendo a ver con los ojos de Dios
Mucha información se conoce de la vida de Las Casas, debido a que fue un autor prolífero en los últimos años de su vida. Sabemos, por ejemplo, que en 1498, al regresar a España después de su primer viaje a Las Indias, el padre de Bartolomé llegó con un regalo para su hijo: un joven de la tribu indígena taína, llamado Juanico, que el mismo Cristóbal Colón había regalado al padre. Bartolomé y Juanico se hicieron grandes amigos, tanto que, cuando Pedro de las Casas anunció que regresaba para las Indias, y que se llevaba consigo a Juanico, los dos adolescentes se despidieron, jurando una promesa de encontrarse de nuevo en las islas del “Nuevo Mundo.”
Y así fue. Bartolomé de las Casas llegó a la isla de La Española (que hoy es la Republica Dominicana y Haití) en el año 1502, a la edad de diecisiete o dieciocho años, siguiendo los pasos de su padre. Como muchos de sus contemporáneos, el joven Bartolomé dejó sus estudios para incorporarse a las filas de los encomenderos, y así hacer una nueva vida en las tierras conquistadas de la “Nueva España.”
Aunque son escasos los detalles, se sabe que ya estando en Las Indias Las Casas comenzó sus estudios teológicos, siendo ordenado sacerdote en Roma en el año 1507.[5] Poco después, Las Casas regresó a la isla caribeña para comenzar su labor de catequista entre los indios, continuando a la vez como encomendero oficial de la Corona. No se puede negar que, al comienzo Las Casas no veía la contradicción entre su ser dueño de esclavos y predicador del evangelio de Jesucristo. Sin embargo, es importante notar al mismo tiempo que Las Casas siempre llevaba dentro de sí un profundo respeto y cariño hacia los indios – fruto de ese primer encuentro a los ocho años y su amistad cercana con Juanico. Más que una vez Las Casas menciona en sus escritos que, “los indios estaban mucho mejor bajo mi mando porque yo los trataba con compasión.”
Los primeros frailes dominicos llegaron a La Española en el año 1510, dieciocho años después del primer viaje de Cristóbal Colón, y ocho años después de la primera llegada de Bartolomé. Las Casas llevaba tres años de sacerdote diocesano cuando llegaron los frailes a la isla. Ya para finales del año siguiente, un año y medio más o menos desde su llegada a la isla, los dominicos ya habían visto lo suficiente para convencerse de que algo estaba terriblemente mal con el supuesto “programa de evangelización” en la isla. Gracias a su buena formación teológica en Salamanca, los frailes fueron capaces de hacer una reflexión madura sobre las contradicciones entre el anuncio de la Buena Nueva de salvación y la realidad que los rodeaba. Timothy Radcliffe, OP, elegido Maestro de la Orden de Predicadores en el año 1992 – quinientos anos después de la llegada de Colón a las tierras de las Américas, subraya la íntima relación que tiene que existir entre la disciplina teológica y la vocación profética:
Felicísimo Martínez OP describió una vez la espiritualidad dominicana como una espiritualidad de “ojos abiertos”…Es doloroso ver lo que sucede ante nuestros ojos…Pero no basta con limitarnos a ver esos lugares del sufrimiento humano y ser como turistas de la crucifixión del mundo. Estos son los lugares en los que debe hacerse teología. Es en estos lugares de Calvario donde puede encontrarse a Dios y descubrirse una nueva palabra de esperanza.[6]
Movidos por el Espíritu y por el Verbo hecho carne en la realidad concreta, los primeros frailes dominicos en la Isla de la Española decidieron dar testimonio desde su predicación de lo que habían visto, escuchado y palpado con sus propias manos. Ya bastaba con repetir una teología al servicio del Imperio. Era tiempo de predicar la Verdad, sacando a la luz del día sus preocupaciones, haciéndolas saber a las autoridades coloniales de la isla.
Era tiempo de Adviento, y como bien se sabe, los frailes escogieron a fray Antonio de Montesinos para predicar la homilía, la cual fue preparada y firmada por toda la comunidad. Huelga decir que la homilía sacudió la isla como un terremoto (cuyos temblores siguen sintiéndose hasta nuestros tiempos – gracias a Dios). Basándose en la predicación de Juan Bautista, Montesinos dejó caer el rayo de su propia palabra:
Soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla, y por tanto conviene que con atención...la oigáis, la cual les será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír...Esta voz es que todos estáis en pecado mortal y en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid: ¿Con que derecho y con que justicia tenéis en tan cruel y tan horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido en sus enfermedades, que los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día?...¿Estos no son seres humanos? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?... Tened por cierto que, en este estado en que estáis, no os podréis salvar más que los...que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.[7]
Ese día, presente en la iglesia entre los feligreses, se encontraba el joven clérigo y encomendero, Bartolomé de las Casas. El impacto de la homilía lo sacudió hasta lo más profundo de su ser, y desde ese preciso momento su vida jamás volvería a ser la misma.
El acercarse a los pobres y el abrirse los ojos a la realidad fue para Las Casas un proceso paulatino – tanto a nivel espiritual como teológico. En los primeros años de la conquista de la Nueva España, Las Casas no vio los desafíos del evangelio con plena claridad. El darse cuenta de esta limitación le sirvió como lección de humildad durante toda su vida. Sus primeros encuentros con los frailes dominicos de la isla – encuentros a veces tensos – le ayudaron a ver que a veces lo que parece ser la verdad no es más que un lobo vestido de cordero.
Uno de los ejemplos de visión limitada que le causó gran sufrimiento personal a Las Casas tuvo que ver con el tema de la esclavitud africana, la cual Las Casas aceptó en un principio. Apoyó el plan de unos colonos españoles que querían importar a “unos doce esclavos negros” a la isla, a cambio de liberar a los esclavos indios. Sin embargo, unos años después Las Casas escribió con su puño y letra, “Yo no estaba consciente de la injusticia con que los portugueses los toman y hacen esclavos [a los negros].” Sin embargo, poco a poco se fue dando cuenta, reconociendo que “la misma razón es de [los esclavos africanos] que de los indios.”[8] Admitiendo su error, Las Casas inmediatamente salió en defensa de la verdad:
Un poco después me hallé arrepentido, juzgándome culpado por inadvertente. Me di cuenta que la esclavitud de los negros fuera tan injusta como la esclavitud de los indios...y no estaba seguro si la ignorancia que en esto tuve y la buena voluntad me excusase delante del juicio divino.[9]
Lo que es de suma importancia en esta confesión personal de Las Casas no es tanto el pecado de su ceguera personal y social, sino la mirada siempre nueva que lo llevó a optar por la justicia y la denuncia profética en contra del tráfico de esclavos africanos. Dice Gustavo Gutiérrez, “Se ha dicho equivocadamente que Las Casas hizo venir a las Indias los primeros esclavos negros. Esto es inexacto, porque algunos de ellos acompañaron ya a los españoles en los primeros viajes, además una cédula real de 1501 autorizaba legalmente el ignominioso tráfico de esclavos negros.”[10]
Aún en su trato para con los indios, Las Casas pasa por varias etapas. Esto puede servir de aliento para nosotros, porque reconocemos en la vida de fray Bartolomé rasgos de nuestros propios procesos de conversión y transformación también. Parece que al principio el indio es para Las Casas una especie de objeto de caridad y de benevolencia paternal – fruto ciertamente de su experiencia juvenil y de amistad con Juanico, su “hermano” taíno. Sin embargo, se puede percibir que Las Casas va entrando poco a poco en una relación más íntima, de respeto mutuo con el pueblo indígena. En este paso el indio deja de ser objeto y se va convirtiendo en sujeto, personas hechas a imagen y semejanza de Dios y dotadas de la misma dignidad humana que los europeos. Esta afirmación representa un paso enorme y bastante radical en los debates teológicos que se llevaban a cabo en Europa. Pero Las Casas no se detiene ahí, sino que da un paso más; empieza a ver en el indio a Cristo mismo. Se puede decir que Las Casas pasa de una antropología iluminada a una teología extremamente radical y liberadora para su tiempo. Dice Gustavo Gutiérrez que,
El núcleo de cristalización de la perspectiva misionera y teológica de nuestro fraile es ver en el indio, en ese otro del mundo occidental, al pobre de que nos habla el evangelio; y por consiguiente, ser consciente de que en todo gesto hacia él se encuentra a Cristo mismo. Esta intuición evangélica y mística es la raíz de su espiritualidad.[11]
Decir que el indio pobre era Cristo fue considerado una blasfemia en su día. ¿Cómo puede un pagano ser Cristo? Las Casas se defendió, basándose en el Evangelio de San Mateo, capítulo 25, donde los juzgados al final de los tiempos preguntan, “¿Cuándo te vimos, Señor?” Ante la amenaza del etnocidio de los indios, Las Casas usó este texto del evangelio para armar todo un proyecto para la defensa del pueblo indígena. Hoy, como en su tiempo, la propuesta nos parece casi ridícula, pero ante la magnitud de la destrucción y exterminio de los pueblos indígenas, Las Casas no encontraba otra alternativa. Ofreció comprar a los indígenas, pagando por su libertad. Sus contemporáneos pensaban que se había vuelto loco. Pero a uno de los que se burlaba de su propuesta, el fraile respondió con una pregunta:
Señor, si usted viese maltratar a nuestro Señor Cristo, poniendo las manos en él y afligiéndolo y denostándolo con muchos vituperios, ¿no rogaría con mucha insistencia, y con todas sus fuerzas que se lo diesen para adorarlo y servirlo…como verdadero cristiano, debería de hacer?
Y [el hombre] respondió, “Sí, por cierto.”
[Siguió Las Casas:] Y si no lo quisieran dar gratuitamente sino vendérselo, ¿no lo compraría usted?... Pues, de esa manera, Señor, he hecho yo, porque yo dejo en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotándolo y afligiéndolo y abofeteándolo y crucificándolo, no una sino millares de veces, cuanto es de parte de los españoles que asuelan y destruyen aquellas gentes...quitándoles la vida antes de tiempo, y así mueren sin fe y sin sacramentos...He rogado y suplicado muchas veces al Consejo del rey que las remedien y les quiten los impedimentos de su salvación, que son tenerlos los españoles en cautiverio…[porque] los españoles, que por aquella tierra van con sus violencias y malos ejemplos, los impiden y hacen blasfemar el nombre de Cristo...Desde que ví que me querían vender el Evangelio, y por consiguiente a Cristo, y lo azotaban y abofeteaban y crucificaban, acordé comprarlo...[12]
Nuestro mundo de hoy tiene mucho que aprender de esta visión apasionada y misericordiosa. Para Las Casas, la cosa estaba bastante clara: el indio era Cristo; era su hermano pobre, golpeado y crucificado. Quedarse mirando tal situación con los brazos cruzados no era una opción. El tener que contemplar a diario la crucifixión lenta de todo un pueblo le partía el corazón. Fray Bartolomé prefirió ser acusado de loco que cerrarse los ojos y ser cómplice del genocidio.
Y hoy, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a incomodarnos por el prójimo que sufre la deshumanización que hoy es tan común en nuestro mundo? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser considerados locos y desfasados por creer que “otro mundo es posible?”[13] Las Casas no se quedó como espectador ante la globalización de la esclavitud en su tiempo. Como San Pablo, su lengua le quemaba, “¡Ay de mí se no predico el evangelio!” (1Cor 9,16). Para fray Bartolomé, el teólogo cristiano no puede quedarse callado ante un mundo que comete semejantes atrocidades contra Dios y contra su imagen encarnada en el mundo. El profeta es llamado primero a abrirse los ojos y los oídos, pero luego tiene que abrir la boca también. Así afirma el apóstol San Juan:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y nuestras manos han palpado acerca del Verbo que es vida. La vida se dio a conocer, la hemos visto y somos testigos, y les anunciamos la vida eterna... Lo que hemos visto y oído, se lo damos a conocer (1 Jn 1:1-3).
Varios siglos después de Las Casas, otro dominico, fray Vicente de Couesnongle, habló de la opción de acercarse al prójimo con ojos abiertos que es una dimensión esencial de toda vocación cristiana. Sólo así puede haber un verdadero anuncio del reino de Dios.
El coraje del futuro consiste, en primer lugar, en la capacidad de ver las cosas con una mirada nueva…Cristo nos ha enseñado a ver las cosas, las personas, los acontecimientos con ojos nuevos, es decir, con una luz desconocida hasta entonces. ¡El predica un reino cuyos valores son cambiados, donde los últimos serán los primeros, donde la pecadora es preferida al fariseo, donde el ladrón entra directamente en el paraíso!
Cristo nos revela el verdadero rostro de las cosas. Hay que penetrar más allá de
las apariencias, de las máscaras…Las
cosas son más de lo que aparentan. Son también signos de los tiempos, caminos
hacia Dios, presencia de Dios, palabras de Dios…Esta mirada nueva es propia del
profeta. Con unos ojos que
ven más allá del horizonte humano. ¿No somos, por vocación, profetas de un nuevo
mundo, que está construyéndose?[14]
Este don de la mirada-siempre-nueva es precisamente lo que permitió a Las Casas y a sus compañeros indigenistas contemplar el mundo de los pobres desde la óptica de Dios, “cara a cara” como dice Gustavo Gutiérrez, capaces de unir “una cercanía muy grande a los habitantes de las Indias con una preocupación alerta por la reflexión teológica.”[15] Esta relación entre la vida contemplativa y atenta, la cercanía a los pobres, y la tarea teológica sigue siendo uno de los más grandes dones y retos que Las Casas y sus compañeros dejan a la Iglesia de hoy.
Las Casas nos recuerda que no es posible hacer teología con ojos cerrados, separado de la vida real. Dice Gutiérrez, “En su obra [Las Casas] da una estrecha relación entre reflexión y compromiso histórico, entre teoría y práctica…Esta fue, sin lugar a dudas, su fuerza y la diferencia entre él y la mayoría de los que se ocuparon de cosas de Indias en España. La prioridad que establece en sus reflexiones, los acentos que pone, vienen de la proximidad a lo que sucedía en estas tierras.”[16] Incluso, una de las quejas más frecuentes que hace Las Casas en su Historia de las Indias es acerca de aquellos teólogos que hablan de las cosas de las Indias sin jamás haberlas visto de cerca. Sus mentiras, dice fray Bartolomé, han causado la muerte de miles de vidas inocentes.
Cercanía al Prójimo
La vocación profética de Bartolomé de las Casas – un verdadero don de Dios, y un don que él supo poner en práctica fielmente toda su vida – nunca lo separó de los hermanos y hermanas pobres que lo rodeaban. Más bien, la realidad misma lo hizo cada vez más prójimo a ellos, un hermano siempre cercano y solidario. Mientras que para muchos encomenderos, conquistadores y – duele decirlo – hasta para muchos misioneros, la prepotencia y la codicia terminaron apagando en ellos la luz de la compasión humana, la realidad cruel de la conquista no fue capaz de hacer apagar la fe de Bartolomé de Las Casas. Él sabía que sólo siendo prójimo del pobre podría contemplar en su rostro desfigurado el rostro transfigurado de Dios. Para fray Bartolomé, el pobre es indudablemente el contexto preferencial para el quehacer teológico.
El tema de la cercanía al prójimo fue uno de los grandes desafíos, según Las Casas, para la obra evangelizadora. Las Casas reconoce que para Dios el pobre nunca está lejos. En una carta enviada al Consejo de Indias en 1531, Las Casas escribe que, “del más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva.”[17] El pobre está en la memoria de Dios, y por ende, tiene que estar en la memoria y en la compañía de los hijos e hijas de Dios. Esta idea formará la base fundamental de su proyecto para una evangelización pacífica. El dominico luchó durante muchos años por conseguir la autorización de intentar una convivencia misionera en tierra indígena, libre de toda presencia de soldados y armas. Aunque fue sólo por un tiempo corto y con bastantes limitaciones, su sueño se hizo realidad en la región de la Verapaz en Guatemala. Según Las Casas, sólo llegando a convivir en cercanía armoniosa con el pueblo indígena, podrá comunicarse el verdadero evangelio de Cristo. Esta propuesta la describió detalladamente en uno de sus primeras obras, De Unico Vocationis Modo – El Unico Modo de atraer a todos los Pueblos a la Verdadera Fe – una obra que permaneció inédita hasta este siglo.
En De Unico Modo, Las Casas propone un modelo de evangelización basado en los textos del evangelio en que Jesús envía a los apóstoles – desde la humildad y la pobreza – a anunciar que el reino de Dios está cerca. Clave para fray Bartolomé es el hecho de que Jesús envía a los discípulos despojados del poder, la violencia y las riquezas: “No lleven bolsa, ni saco, ni sandalias,” advirtió Jesús. “En la casa que entren digan como saludo, ‘Paz para esta casa.’…Quédense en esa casa, comiendo y bebiendo lo que les den; porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. En toda ciudad que entren y los acojan, coman lo que les sirvan, sanen a sus enfermos, y díganle a la gente, ‘El reino de Dios ha llegado a ustedes’” (Lc 10, 1-12).
La cercanía armoniosa y el compartir mutuo y respetuoso son para Las Casas la clave para que el pueblo indígena tenga la oportunidad de optar libremente por el evangelio. Las Casa se opone rotundamente a cualquier uso de fuerza o coerción para convertir a los indios a la fe cristiana. Incluso, afirma hasta el derecho de los mismos a rechazar la fe cristiana y quedar con sus creencias autóctonas, si así lo deseen. Dice Gutiérrez que para Las Casas, “Hablar de la libertad religiosa equivale a decir que las costumbres religiosas de los pueblos indígenas por muy en desacuerdo que estuviesen con la fe cristiana, no pueden ser motivo de represión bélica de parte de los peninsulares. No se trata únicamente de no forzar a la conversión al cristianismo, sino de respetar la cultura y la religión de un pueblo.”[18]
Las Casas nunca pierde la esperanza de que el pueblo indígena abrace la fe cristiana. Pero de igual importancia para él es que tampoco pierde la esperanza de que los seguidores de Cristo – sus propios compatriotas – puedan algún día dar un verdadero testimonio del evangelio.[19] Esto es el quizás el punto más importante para fray Bartolomé. Todo depende del testimonio que los discípulos de Jesucristo dan acerca del Dios de la Vida, el Dios del amor, de la justicia, y del respeto mutuo. Las Casas quiere creer que es posible un compartir verdadero, un compartir entre personas, entre culturas, e incluso entre las religiones – un compartir en el cual todos dan y todos reciben (así como se da en el texto de Lc 10, 1-12). Dice Juan José Tamayo Acosta, en un artículo sobre Las Casas y el compartir mutuo entre las culturas, que “La interculturalidad es una experiencia de apertura respetuosa al otro, mediante el diálogo y la acogida…Implica la apertura a la pluralidad.”[20]
Es el deseo de crear espacios para un compartir mutuo y liberador que lleva a Las Casas a escoger el texto del envío de los discípulos pobres y humildes como modelo de una verdadera evangelización. Es una evangelización basada en el encuentro humano y fraterno, donde la casa es el lugar donde se descubre la Buena Nueva y la mesa común es a la vez eucaristía y sacramento de solidaridad. Ahí es donde el evangelio se comunica en se esencia primordial, porque sobre todo, el evangelio es un anuncio de vida plena, vida eterna, vida que empieza en el aquí y en el ahora. Y es por eso, insiste el dominico, que una evangelización que va acompañada de armas y amenazas nunca puede llamarse cristiana.
Hoy recibimos de Las Casas una gran herencia, fundada en la esperanza: “otro mundo es posible.” Hoy, ante una globalización cada vez más deshumanizante y una nueva conquista económica, nos urge acoger el sueño de Las Casas e intentar hacerlo realidad de nuevo. Hoy, en vez de mercados trasnacionales sin rostro, Las Casas nos invita a sentarnos en la mesa del respeto mutuo y compartir el pan de cada día con los demás. Hoy, en vez de un mundo donde políticos y poderosos usan la mentira y la corrupción para esclavizar a pueblos enteros, Las Casas nos invita a acercarnos a nuestro mundo con una mirada nueva, arriesgándonos por la verdad que nos hace libres. Hoy, en vez del egoísmo colectivo que genera guerras injustas y que sacrifica al pobre en el altar de la seguridad nacional, Las Casas nos invita a acercarnos a la casa del vecino con humildad, y decir, “Paz para esta casa.” Hoy, en vez de un evangelio que levanta muros para excluir a los que son diferentes, Las Casas nos invita a abrirnos al prójimo – tanto al que está cerca como al que está lejos – y por medio de nuestro testimonio, anunciar al mundo entero que, “El reino de Dios ha llegado.”
Brian J. Pierce, OP es fraile dominico de la Provincia de San Martín de Porres de los Estados Unidos. Trabajó durante nueve años en Centroamérica (Honduras y Guatemala) durante la década de los ’90. Ahora vive en Lima, Perú y forma parte del equipo de coordinación (CIDALC) de los frailes dominicos a nivel de América Latina y el Caribe.
[1] Una parte de este artículo apareció en inglés, «Seeing With the Eyes of God: Bartolomé de las Casas » (Spirituality, nos.44-46, Sept 2002-Feb 2003), y otra parte viene de una conferencia titulada «La Visión Contemplativa de Bartolomé de las Casas » dada en el Congreso de Historiadores Dominicos en Managua, Nicaragua en agosto 2004. Agradezco a fr. Roberto Merced, OP por su generosa ayuda en ciertas partes de la traducción. Algunas de las citas de Las Casas que aquí aparecen en español han sido traducidas desde el inglés por falta de tener a la mano algunos de los textos en el castellano original.
[2] Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, Libro I, cap. 78. La versión en inglés usada aquí es de la History of the Indies es la de Andrée Collard (New York: Harper and Row, 1971).
[3] Ibid.
[4] De una entrevista con Helen Rand Parish en su casa en Berkeley, California en 1987.
[5] Muchos historiadores siguen pensando que Las Casas fue el primer sacerdote ordenado en la Nueva España de América, pero no fue así. Helen Rand Parish descubrió en Roma la documentación que confirma que Las Casas fue ordenado ahí en el año 1507.
[6] Timothy Radcliffe, OP, Manantial de la Esperanza, Carta a la Orden, 21 de noviembre 1995. en la Fiesta de la Presentación de Nuestra Señora (“El Nacimiento de la Comunidad” #c).
[7] Antonio de Montesinos, OP, citado de Estos ¿No Son Hombres?, fr. Juan Manuel Pérez, OP (Santo Domingo: Fundación García-Arévalo, Inc., 1984), p.38 (lenguaje brevemente ajustado). Cita original tomado de Obras de Fr. Bartolomé de las Casas, (Madrid: B.A.E., 1958), vol. II, p.176.
[8] Las Casas, Historia de las Indias, Libro III, cap. 102, 129. Citado también en Bartolomé de las Casas: The Only Way (El Unico Modo), ed. Helen Rand Parish, trad. por Patrick Sullivan, S.J. (New York: Paulist Press, 1992), p.201-208.
[9] Ibid., cap. 102. The Only Way, p.203.
[10] Gustavo Gutiérrez, OP, Dios o el Oro en las Indias, (Lima: Instituto Bartolomé de las Casas, CEP, 1989), p.142.
[11] Gustavo Gutiérrez, OP, “Memoria de Dios y Anuncio del Evangelio,” en Acordarse de los Pobres, (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2003), p.513.
[12] Dios o el Oro, pp. 169-70, citado de la Historia de las Indias (II.511b).
[13] Lema del Foro Mundial, celebrado en Porto Alegre, Brasil.
[14] fr. Vicente de Couesnongle, OP, “El Coraje del Futuro,” una carta a la Orden, entregada en Roma en la Fiesta de la Epifanía, 6 de enero de 1975.
[15] Gutiérrez, Acordarse de los Pobres, p.495.
[16] Gutiérrez, Acordarse de los Pobres, pp. 496-97.
[17] Gutiérrez, Acordarse de los Pobres, p. 496.
[18] Gutiérrez, Acordarse de los Pobres, p.505.
[19] Las Casas expresa en su introducción a la Hitoria de las Indias que escribe para librar a “mi nación española del error en que está en cuanto al trato a dar a las naciones indias” [I 15a-b], citado en Gutiérrez, Acordarse de los Pobres, p. 501.
[20] Juan José Tamayo Acosta, “Bartolomé de las Casas: de la identidad del indio a la ínterculturalidad en el Tercer Mundo,” Spiritus, Año 44, No. 173, Dic. 2003, p.131.